Con esto del asunto de la primavera, resulta que se han alborotado hasta las pelusas. [...] Seh; la de los plátanos, me cago en el sanjusto que las parió ...
Y bueh, estaba yo allí, barriendo la vereda que es de todos -y como todos los domingos; (estoy condeando que ni por el cura párroco)-, y no pude evitar quedar atónito con la velocidad con que se vienen a los ojos estas plumíferas semillas de árbol.
_ No sé porqué no los sacan al demonio; árboles del carajo ...; me gritó desde enfrente una vecina con la que simpatizo.
_ ¡Son buenos, Doris!; los plátanos son unos árboles ...
_ No te escucho un caramelo; ¡cruzá!
Doris es, como toda petisa, mandona y bien tetuda. De joven ha de haber sido bonita; aunque ahora está más para tejerle escarpines a la nieta. Como a mí me importa un cuerno desdecir que ya estamos en pleno matriarcado -y muy sumiso acato la ley que informa que donde manda capitán, no manda marinero-, me largué, cerveza en una mano y escoba en la otra, hasta la otra orilla.
Estaba mucho más tibio; el sol calentaba las baldosas y casi calcinaba sobre el lado oscuro del cogote. Entendí que ya podía hablar sin gritar.
_ Te decía, Doris del alma, que los plátanos son unos árboles macanudos -no perfectos, como todo en este mundo-, pero tienen condiciones únicas para el arbolado urbano.
_ Decíselo a mi yerno que tiene los ojos como dos ceibos colorados ...
_ Seh, hay muchos que son alérgicos. A Marcelita, por ejemplo, en estos días, de seguro le crepa la garganta. ¿Sabías que los ángeles del plátano con como los mosquitos?; ¿no? Ah, sí ... eligen a quien joder. A mí, en absoluto.
_ Dichoso, cof, cof ...
Doris se fue marchando con ese culo en dó caben dos perales; uno en cada cachete como dios manda. Y yo me mandé guardar a calentarme el agua de los ravioles.
Le venía eludiendo el ala a la tarea de volar al frente de la olla, pero no hay más remedio. De lo que sobre, depende Pepe. Y hay que ver cómo me mira ahora; casi como si ya mordiéndome la pantorrilla del apetito.
Sin Marcelita se me hace difícil tener hambre. Para mí comer es mucho más un darle a ella de comer que un masticar; pero tenía que ir a cuidar a su madre. Yo entiendo. Y además Ruth se lo merece.
Pero no tengo hambre.
... Y tengo que comer.
¡Qué voy a hacer!; la extraño en pila.
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